«El jardÃn es la búsqueda del Edén»
Referente del paisajismo local e internacional, Amalia Robredo ha encabezado una transformación dentro del diseño de los jardines en nuestro paÃs, con un enfoque ecológico y naturalista basado en una profunda pasión por la investigación y la formación de las nuevas generaciones.
Por Luis Cabrera
Mucho de lo que hoy es tendencia en el paisajismo local puede trazarse con facilidad al trabajo de Amalia Robredo, la profesional que arribo a José Ignacio hace ya casi un cuarto de siglo para transformar la forma de trabajar y pensar nuestros espacios abiertos.
Nacida en Argentina, Robredo ha desarrollado toda su carrera en Uruguay, donde también ha publicado libros de referencia e inspirado a múltiples generaciones de colegas, locales e internacionales, gracias a su empuje y generosidad, siempre dispuesta a compartir su conocimiento y el resultado de sus investigaciones.
Hoy, dividiendo su tiempo entre Argentina y Uruguay, entre su familia y su empresa, Robredo continua marcando el camino de las nuevas generaciones de paisajistas uruguayos como docente en la Universidad ORT.
Pasión por la investigación
El desembarco de su bisabuelo en Argentina cambió la historia de su numerosa familia. Tras comprar una manzana entera en Buenos Aires, construyó dos edificios en los que ubicó a sus diez hijos. «Tenían un parquecito en el medio y cada hijo tuvo su piso», recordó Robredo. «Cuando le llegó su turno, mi madre se quedó con el de más arriba, que tenía un techo verde, algo muy innovador en ese momento».
Como la cuarta generación, Robredo disfrutó de trabajar en la huerta desde muy pequeña: «El diario La Nación hizo una nota en la que yo salgo en una foto, con seis años y una palita en la mano», comentó.
¿Cuán grande es la influencia de tu familia en tu profesión?
Mi familia siempre fue un clan: los fines de semana nos íbamos todos, con los 64 primos hermanos de mi madre, a un campito que se llamaba Pingüinos para pasar juntos. Se trataba de estar juntos y en contacto con la naturaleza. A mi me encantaba porque siempre fui muy bichera. Y a mi padre, que es arquitecto, le encantaba el paisajismo; diseñar parques, por ejemplo. Tiene un gran amor por las plantas.
Esta carrera ha crecido mucho y tú eres gran factor en eso. ¿Cómo fue aprender de paisajismo cuando te tocó estudiar a ti?
Yo sabía que quería estudiar paisajismo, pero hace más de tres décadas la carrera no existía. Terminé estudiando biología, en parte, porque también me dijeron que tenía que hacer una «carrera en serio». No me recibí, pero me dejó toda una base de ecología que después la apliqué en mi profesión. Me di cuenta, viajando a Alemania junto a Cassian Smith, quien se dedicó a la investigación y, justamente, aplicaba ecología en el paisajismo. Él buscaba entender las características de una planta, si era competitiva, tolerante al estrés; todas las cosas que uno aprende en ecología, las comunidades, los hábitats, etc. Cuando vi todas sus parcelas, cómo tenía dividido por hábitats, me pareció extraordinario y entendí que todo lo que yo había estudiado lo podía aplicar.
¿Cómo fue conocer y aprender de estos referentes internacionales?
En ese viaje de 2007 conocí también a Piet Oudolf, que es un referente mundial de todo lo que es el naturalismo. Y con quien empecé a viajar fue con Noel Kingsbury, quien me llevó a todos los lugares y a conocer a toda esta gente con la que fui aprendiendo cuestiones experimentales alrededor del mundo.
¿En Argentina también estudiaste con Martina Barzi y Josefina Casares?
No, en realidad las chicas tenían un curso de un mes, donde compartían lo que habían aprendido con John Brookes, pero no era todavía Pampa Infinita. Cuando iniciaron con la escuela, yo ya me había venido a vivir a Uruguay. Sí conocí lo que Jose estaba haciendo en Pilar, en su chacra en la afueras de Buenos Aires, donde dejaba crecer el chircal, el pastizal, cosas que eran impensadas en ese momento. Me pareció super novedoso, me encantó e intenté aplicar todos esos conceptos en La Pasionaria.
¿Cómo influyó en el diseño de los paisajes ese abordaje ecológico?
Es algo muy nuevo esto del abordaje ecológico dentro del paisajismo. Es, digamos, mezclar disciplinas. Es empezar a pensar desde otros lugares. Yo siempre digo que hay como muchas capas invisibles en lo que hago. Vos entras a un jardín diseñado por mi y ves la primera capa, la evidente, la visual, que te puede gustar o no. Luego están las capas que no se ven, las que tienen que ver con la biodiversidad y la conservación. En muchos casos, utilizo plantas que están dentro del listado de las especies a proteger en Uruguay. Y tiene también esa capa de fauna que interactúa con esa flora indígena. Con todos estos elementos coexistiendo en un mismo espacio.
Con todos estos elementos coexistiendo en un mismo espacio. ¿Ha cambiado el objetivo final de un jardín?
El jardín es la búsqueda del Edén. Siempre, históricamente, fueron los espacios de refugio, de placer y de relax. Siempre ha sido un lugar de disfrute y de fantasía. Eso no ha cambiado.
El laboratorio en La Pasionaria
En 2002, Robredo se estableció en José Ignacio, en la chacra La Pasionaria. Desde ese laboratorio, experimentó e investigó la flora del Este uruguayo, camino a elaborar algunos de los textos más importantes del paisajismo y la naturaleza en nuestro país: Herbáceas, gramíneas y aves asociadas de la costa atlántica de Maldonado (2011, junto a Eduardo Arballo) y Herbáceas, gramíneas y sus viveros: nativas de la costa oceánica de Uruguay (2017).
El proceso que la motivó a escribir esos textos fue tan natural como su objeto de estudio: «No entendía por qué iba a los viveros y había tan poca variedad de opciones para plantar algo en primera fila sobre el mar», recordó. Una necesidad de su profesión se transformó en su objeto de estudio.
¿Cuáles fueron los primeros pasos de ese proceso de investigación de las flores nativas de la costa esteña?
Me di cuenta de que había algo que no estábamos haciendo bien. Todo ese camino empezó, primero, con observar y tomar nota. Hice un registro fotográfico y lo mandé a la Facultad de Agronomía y me dijeron que con una foto no podían decir qué especie era la de la imagen: que tenía que armar un herbario, tomar la muestra, etc. Así que aprendí a hacer eso y terminé cubriendo toda la costa: desde donde rompe el mar hasta tres kilómetros tierra adentro, todo lo que es la costa atlántica.
¿Qué estaba ya hecho en este sentido?
Yo no hice ningún descubrimiento botánico. Fueron hechos mucho años antes. Botánicos como [Eduardo] Marchesi y [Ángel] Cabrera habían registrado todo: descubierto las especies y nombrado muchas. Yo le di visibilidad a este trabajo al fotografiarlo y hacer la fenología de todo el año. Lo que hice fue estudiar mi hábitat: qué plantas viven allí y qué ocurre durante el año. Porque a mi lo que me importa es su valor ornamental para el diseño.
¿Cuánto tiempo llevó ese trabajo?
Unos seis años, porque tuve que armar todo el registro y luego identificar las plantas; muchas no las encontrabas googleando, porque si no tenían valor comercial no aparecían. Hoy el chircal se reconoce, entonces no había nada. Les tomé fotos, vi qué les pasaba durante el año, seleccioné cuáles tenían, para mí, valor ornamental. Entonces participé del programa de Proyecto de Producción Responsable del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca. Presenté un proyecto de biodiversidad, que era una de las ramas, porque estamos hablando de material genético; se estaba importando genética de todo el mundo para ornamentales, cuando acá había una genética propia que incluso podía ser exportable. Me tomaron el proyecto y me dieron los fondos para publicar la primera guía, que salió como una publicación del Bicentenario.
¿Cómo enfocaste esa primera guía?
La pensé para cualquier lector: un extranjero, un local, mi hijo, un botánico o alguien que estudia agronomía. Por eso la ordené por color, porque debía ser accesible para cualquier mortal. Si ves una plantita no hay necesidad de leer todos los libros de las distintas familias: ves una flor amarilla y vas al capítulo de las flores amarillas.
¿Sentiste un cambio luego de ese trabajo y la publicación de esa guía?
Luego de todo eso vino el desafío de reproducirlas. Con el ornitólogo Eduardo Arballo preparamos un vivero experimental. El apoyo del ministerio fue clave, porque validó lo que estábamos haciendo. Sumamos a Andrés Berrutti, entre otros, quienes nos ayudaron con las semillas. Viajé a EEUU con Neil Diboll a ver cómo romper la dormancia. Él me dio varias estrategias, porque yo era paisajista, no viverista. Con el tiempo, empezaron a aparecer todas estas plantas nativas en los viveros; era algo muy novedoso.
Hoy las nativas son tendencia.
Eso es una satisfacción enorme. A mi, al principio, nadie me daba bolilla. La palabra nativa era hasta algo despreciada; todos querían la sofisticación de Europa o EEUU. Fue todo un proceso. En EEUU mismo, Roy Diblik se dedicó a la flora nativa de Chicago, pero hasta que Oudolf no la utilizó en el Lurie Garden del Parque Millenium no vendía una sola. Aquí fue un poco más sencillo porque yo, como paisajista, era también el público objetivo. Le decía al viverista: «Todo lo que vos produzcas, yo te lo compro».
¿Y hubo que convencer a los clientes también?
Yo siempre digo esto: el cliente no tiene ni que saber si es nativo o no. El diseño tiene que ser lindo y punto. Colores lindos hay miles, pasa por vos si haces una obra buena o no. Que un jardín sea todo de nativas, no es garantía de que sea lindo. A los clientes sí les interesa saber que están cuidando plantas en peligro de extinción o atrayendo especies de mariposas.
Por tu experiencia en La Pasionaria, estudiar los hábitats también te permite hacer lo contrario: desestimar la visita de ciertos animales.
Allí están las cruceras y las yaras. Mis vecinos te contaban que las tenían en el lavadero o en la piscina. Yo estudié cómo era su hábitat, cómo se alimentaban y dónde anidaban, para generar un primer anillo alrededor de mi casa que fuese su anti-hábitat. Por eso, en el primer anillo alrededor de la casa quité el césped, puse pedregullo y saqué los lugares donde podían esconderse. En la casa pusimos escalones hasta una galería larga. Armamos una laguna enorme donde pueden estar felices cazando ranas.
¿Cuál es valor que muchas veces no vemos en tener esa diversidad de fauna?
Los insectos uruguayos son muy «mañosos», no les sirven todas las plantas, pero cuando tenés una diversidad de especies de plantas, tenés una enorme diversidad de bichitos que se alimentan y polinizan. Y la ventaja de tener muchos insectos diferentes es que no tenés plagas. Y, además, tenés diversidad de sonidos, porque los bichitos atraen a los pájaros. Hay sonidos que son típicos de Uruguay: una siesta en el campo uruguayo tiene sonidos diferentes a una del mediterráneo, con sus famosas cigarras. Es la identidad de cada lugar.
¿El sonido del paisaje es algo que te está atrayendo mucho hoy en día?
Sí, es algo que estoy explorando. Es que la música impacta emocionalmente. Vas al dentista y te ponen sonidos de pajaritos para que te relajes. Está probado que los sonidos de la naturaleza tocan distintas partes emocionales en cada uno. David Monacchi es un músico italiano que se fue a registrar los sonidos de los distintos hábitats del Amazonas. Lo hizo con un aparato especial, registrando cada longitud de onda e identificando a cada animal. Me gustaría empezar a registrar los sonidos de nuestros ecosistemas, en parte, porque mis hijos hay muchos que no los van a poder tener.
¿Te preocupa que se están perdiendo?
Yo extraño muchísimo el ruido de la siesta en el campo, mucho se ha visto desplazado por las cotorras. Ahora estoy con un proyecto en El Salvador, en un barrio que era de los más peligrosos, llamado Zacamil. Estamos haciendo un parque y la idea es devolverle a esa parte de la ciudad los sonidos del país. Volver a traer a los pájaros, a los polinizadores y a todos los animalitos que hacen que la experiencia de ir al parque tenga una capa más, invisible, pero que te hace sentir mejor.
Formando diseñadores responsables
Los tiempos han cambiado y hoy la carrera de paisajista crece año a año, algo de lo que Robredo es gran responsable, tanto como referente profesional así como docente. En lo local, es, junto al también reconocido paisajista Alejandro O’Neill, docente titular del Taller 3 de la carrera de Técnico en Paisajismo de la Universidad ORT.
¿Cómo evaluás la formación de profesionales de paisajismo que se hace en Uruguay?
Yo creo que lo que hace la ORT a nivel de paisajismo, con la coordinación académica de Paula Rial, la ubica como pionera en el mundo. Creo que está la Universidad de Sheffield y luego la ORT, dado su enfoque en el naturalismo dentro del diseño. Lo que hablábamos de tener la conciencia de la ecología en el momento que uno está interviniendo.
¿Cómo se forman ese tipo de profesionales?
Nuestro objetivo es formar diseñadores responsables, que tengan todas las herramientas posibles. Damos temas de ecología y de sustentabilidad, nos apoyamos en profesores internacionales. Queremos que el alumno entienda que no se puede salir a intervenir un espacio sin saber qué se está haciendo y el impacto en el ecosistema. Hay que entender cómo funcionan las comunidades de plantas. Son conceptos pioneros, temas candentes, y la universidad se ha tomado estos enfoques muy en serio.
¿Trabajarías hoy para un cliente que rompe con alguno de estos esquemas?
No, porque la persona que viene a mí ya sabe la identidad que aporto. Si quieren otro tipo de jardín, les ofrezco otra paisajista. Si un cliente me pide especies que están prohibidas en Uruguay, es algo que le marco. Yo eso no lo voy a plantar. Suele pasar que te piden una que les encanta y resultar ser la carpobrotus edulis, la «garra de león», una planta exótica invasora. La trajeron para contener dunas y se naturalizó terriblemente. Es dañina, esteriliza al resto, y, lentamente, es la única que queda en las dunas. La ponés en un cantero, queda muy linda, y en tres años no te quedó nada más. Te estarías boicoteando tu propio diseño. La acacia, que crece muy velozmente, te ahogó todo el resto en el monte. Si querés fresnos, que también germinan mucho y velozmente, compra machos y vas a tener una planta que crece rápido y no te hace ningún desastre ecológico. Hay que explicarle esto al cliente. Hay que saber enseñar.
¿Cómo impactó la virtualidad, obligada por la pandemia, en el salón de clases?
Hubo que reinventarse y fue genial. ORT armó todo un sistema extraordinario en el cual estás en clase y tenés dos cámaras que te siguen, por lo que los estudiantes pueden estar en cualquier lugar del mundo. Lo que también abrió el juego en Uruguay: no tenés que venirte a Montevideo, podés estudiar desde Tacuarembó, viviendo con tu familia. Lo mismo ocurre con los profesores: quizás soy yo la que estoy virtual. Da una flexibilidad enorme al docente y al alumno, y nos permite tener como profesores a gente que vive, por ejemplo, en Nueva York.
Cuando hablamos de Naturaleza y paisajismo, mencionabas lo unida que es la comunidad de profesionales y esta virtualidad aprovecha eso.
La comunidad del paisajismo es muy unida y siempre está volcando información a los otros. Estamos activamente impulsándonos. Yo tengo alma de docente, me encanta enseñar, Había un colega portugués que se dedicaba a la investigación y le preguntaron por qué compartía todo, sin tomar ventaja de ser el único en tener la información. Respondió: «Porque yo lo que estoy formando son colegas, para luego poder tener un intercambio interesante». Eso a mí me parece genial y es como lo siento. Y esto recién está empezando, queda mucho por investigar.
UN LIBRO PARA DISEÑAR EL PAISAJE EN NUESTRO IDIOMA
La influencia de algunos de los principales paisajistas del mundo es algo de lo que Robredo se enorgullece, pero esta influencia internacional alejó durante mucho tiempo la mirada de nuestros espacios. «Yo estoy llena de bibliografía de todo lo que es el naturalismo, la ecología aplicada en el paisajismo y en el diseño, pero es todo en inglés», compartió Robredo. «Por tanto, siempre están aplicados al hemisferio norte, en un área en la que no podés cortar y pegar, porque no tiene nada que ver la experiencia de lo que es una estepa con lo que es un pastizal».
Así surgió la idea de escribir Naturaleza y paisajismo, el libro publicado en 2023 que tiene como objetivo difundir conocimientos y proyectos de nuestra región, aprovechando la amistad y colaboración de larga data entre Robredo y otros profesionales de América Latina.
«A lo largo de estos años nos hemos conectado entre colegas de la región», explicó. «Tenemos un grupo de WhastApp y estamos siempre compartiendo lo que averiguamos, los experimentos y sus resultados. Somos muy generosos con lo que hacemos». El problema, señaló Robredo, es que eso no salía del grupo: «Sentí que había mucho aprendizaje que no llegaba, por ejemplo, a mis alumnos».
En Naturaleza y paisajismo, Robredo comparte su pasión por la investigación y el diseño, traduciendo a nuestro lenguaje la teoría y la práctica de la profesión: «Este libro te permite que si, por ejemplo, querés hacer un techo verde sobre el mar, puedas ver qué plantas utilizar, dónde encontrar un ecosistema paralelo. Punta Ballena, con sus acantilados, tiene todo lo que crece entre las piedras que dan al mar, que funcionaría perfecto».
«No copiamos lo que hacen en Inglaterra, con semillas que aquí no hay», recalcó. «Es para mirar a nuestros ambientes, a pocos kilómetros de distancia, y aprender a buscar en esos ecosistemas paralelos».