«El lujo está en el confort y la felicidad que te genere tu hogar»
El estudio argentino PacĂfica Arquitectura está en boga alrededor del mundo, con el este uruguayo como una de las principales regiones donde el arquitecto Ezequiel Gil y su equipo vuelcan su conocimiento y buen gusto en la creaciĂłn de espectaculares residencias, en las que el lujo está en sintonĂa con el confort.
Por Luis Cabrera
El primer recuerdo que Ezequiel Gil tiene de Punta del Este es la anticipación generada por las palabras de su padre, quien describió el destino de aquellas vacaciones como «uno de los lugares más lindos de Latinoamérica». Ezequiel tenía entonces seis años, pero mantiene presente la sensación de asombro que le generó ver la geografía del lugar.
Oriundo de Necochea, sobre la costa atlántica argentina, el arquitecto tiene un vínculo especial con el agua, las costas y el surf. Sin embargo, en Punta del Este encontró algo más: «A medida que fui creciendo, fui entendiendo que lo lindo de Uruguay no es solo el mar y sus costas, sino que acá arrancan las quebradas que después terminan en los morros brasileros y llegan hasta el Amazonas», señala en diálogo con The Select Experience, en las oficinas de su estudio, Pacífica Arquitectura, en Manantiales.
«Cuando me hice arquitecto entendí lo lindo que es hacer casas en lugares que no son planos, donde tenés que relevar curvas de nivel, hacer planimetrías y empezar a investigar cómo vas a orientar la casa, cómo la vas a enfrentar a los vientos, al asoleamiento en verano y a las situaciones de invierno. Todas cosas que tengo gracias a un bagaje de chico de lo que es el mar y el clima», agrega.
Tras estudiar en la Universidad de Buenos Aires y trabajar durante diez años en un fondo de inversión, donde se enfocó en arquitectura relacionada al mundo ecuestre, Gil cofundó Pacífica Arquitectura en 2010. El estudio hoy cuenta con oficinas en Argentina, EEUU y Uruguay.
¿Qué te motivó a fundar tu propio estudio?
En el fondo de inversión trabajé con clientes europeos, con haras de caballos de carreras, y aprendí mucho lo que hay que hacer como arquitecto y lo que no hay que hacer como empresario. Me enfocaba en dibujar, en lo que los clientes querían; aprendí sobre anhelos y expectativas de clientes muy exigentes. Trabajé en todos lados -China, Rusia, España-, haciendo clubes de polo, petit hoteles, casas de huéspedes, de encargados, etc. Me pasaba que, dos o tres veces por semana, me llamaban clientes para dibujarles la casa y me di cuenta que era el momento de dar el paso. Quería trabajar sin restricciones, como a mí me gusta. Fundé Pacífica con mi hermano Félix, que es ingeniero. Él se ocupa de toda la parte de la empresa y yo de la arquitectura.
¿Cuál es el momento que vive el estudio?
Desde el primer día tuvimos un montón de trabajo. Venimos sostenidos desde hace años. Es un estudio de arquitectura, pero con músculo de empresa. Esto es importante porque con los clientes construís relaciones de dos o tres años, muy intensas, con mucho estrés y mucha plata invertida. Por eso el estudio tiene que funcionar como una empresa: tiene que responder permanentemente. Un gran problema de los arquitectos es que no sabemos interpretar esa parte, por eso me rodeo de empresarios e ingenieros.
¿Cómo es la relación ideal que se debe tener con el cliente?
A mí me gusta mucho el diálogo y, en Pacífica, lo primero que le digo a los clientes es: «Vos vas a dibujar tu casa y yo soy un intermediario cultural-arquitectónico que va a darte lo que necesitás para que tu casa sea espectacular». Los clientes no se van a encontrar con un arquitecto que se enoja, que no te deja tocar el plano, al que no le podés modificar nada. Al contrario, las mejores ideas salen de los clientes, porque como no soy un arquitecto de biblioteca, los clientes me traen muchas cosas que han vivido y que las absorbo.
Esto se combina con responderle siempre al cliente.
Ser abierto, permeable, transparente como arquitecto, hace que las cosas terminen saliendo muy bien. Más allá de los problemas o percances que puede haber en el proceso, lo importante es tener un estudio que te responda. Para eso tenemos un equipo. Hoy en Pacífica somos unas 80 personas trabajando y hay un porcentaje muy altos de ingenieros, administradores y economistas. Después están todos los artistas: arquitectos, diseñadores de interiores, escenógrafos, diseñadores de indumentaria y textil.
¿Dónde están trabajando y han trabajado en Uruguay?
Desde Punta Ballena hasta Rocha, en todos lados. Mi primera casa la hice acá, en Manantiales, cuando tenía 22 años y todavía estaba estudiando. A Uruguay lo conozco como si fuera mi casa.
Dado tu gusto por el clima, ¿qué características impone el clima del este uruguayo a la hora de dibujar y construir una casa?
Siempre me encantó el clima. Había pensado estudiar oceanografía. Me gusta el agua, la lluvia y las nubes. Yo no sabía que me iba a servir para mi profesión, pero hoy lo hace, ya sea construyendo en lugares con nieve o en los trópicos, en Miami o en Punta del Este. Para mi la casa tiene que hermanarse mucho con el clima de donde va a estar construida. En Punta del Este hay que trabajar mucho el tema de los vientos. Por ejemplo, no podés hacer la parrilla en la galería que mira al mar, porque acá, mirando al mar, estás mirando al sudeste y es la peor orientación de esta zona; no vas a poder hacer un asado nunca. Si te da el presupuesto hace dos parrillas o dos piletas, pero caso contrario, hace la que más te funcione.
¿Qué buscan los clientes de diferentes nacionalidades que eligen hacerse una casa en el este?
Hemos trabajando para europeos en esta zona y, en mi experiencia, no les llama la atención tener vista al mar. Lo que buscan son aires, horizontes, espacios, quebradas. El argentino busca vista al mar y las zonas que ya conocemos: Manantiales, José Ignacio, etc. Generalmente trabajamos para paraguayos, europeos y muchos argentinos.
¿Qué ocurre con los clientes uruguayos?
Aunque estoy acostumbrado a trabajar para todas las nacionalidades, me gusta mucho trabajar para clientes uruguayos, porque son más conservadores, y me siento más identificado en eso de pensar mucho cada decisión. El argentino es más lanzado y el uruguayo es más analítico, te hace ordenarte. Eso es positivo.
Un oficio donde cambiar es la constante
Gil afirma que uno de los mayores placeres que brinda la profesión es la necesidad de actualizarse de manera ininterrumpida, lo que no da lugar para el aburrimiento: «Esta es una profesión espectacular porque no terminás nunca de aprender, de entender, de cambiar. Yo cambio permanentemente. Es un desafío, pero está muy bueno», señala.
Siendo tan autodidacta, ¿cuál es tu evaluación de la carrera de arquitecto como se enseña en las facultades?
Yo creo que está muy bien estudiar, la facultad y la biblioteca, pero no te podés quedar ahí. Tuve grandes discusiones con profesores y titulares de cátedra de la UBA porque yo quería hacer mi camino. De ahí es que mi relación con el mar, el surf y la naturaleza me hizo generar una convivencia entre los viajes, la cultura y la arquitectura. En el estudio trato de educar a los más juniors en esto: hayque ser paciente porque la carrera de arquitecto se termina cuando te morís. Es un oficio. Yo dibujo junto a mi socio Alexis [Plaghos], con lápiz, y sé que voy a dibujar hasta que mis manos no den más.
¿Cuál es tu filosofía a la hora de dibujar una casa?
Hay un hilo conductor que no lo pierdo y es que nunca fui partidario de la «máquina de habitar», la arquitectura de posguerra, esa arquitectura del sufrimiento. Lo veo como algo tóxico, negativo. Siempre me gustó la arquitectura del buen vivir, del confort, del buen gusto. Soy muy de la escenografía, de generar espacios que, quizás, no son tan funcionales, pero que te hacen sentir que estás en una película, que te están contando un cuento. Para mi la satisfacción más grande es que el cliente me agradezca al final del camino. La arquitectura va por dos rutas paralelas: la del artista y la del artista interpretando a su cliente. Yo siento que tengo un sexto sentido que me permite absorber qué es lo que el cliente quiere.
¿Qué estilos te atraen?
A mí no me gusta trabajar con cubos, la estructura de cubos de hormigón me parece muy fría. Me llaman para darle calidez a la arquitectura y descontracturar las cajas arquitectónicas que están de moda. Me gusta la convivencia de estilos: la arquitectura española, la caribeña, la del Océano Pacífico y las influencias europeas. Y fusionar es válido, porque como arquitecto podés hacer lo que quieras. Tu prioridad es hacer lo mejor para el cliente.
¿Ha cambiado lo que el cliente prioriza luego de estos años de pandemia?
Cambió muchísimo. Primero, el mundo cambió. El Covid-19 tuvo mucho de malo, pero trajo algunas cosas buenas. Por ejemplo, nos hizo darnos cuenta a todos que somos finitos. Me incluyo en esto. Lo que detecto en la mayoría de los clientes es que quieren disfrutar y las casas ya no tienen tantos «peros». Hay menos miedo a innovar y a hacer lo que uno deseó. La gente no quiere esperar más. Se están yendo de las ciudades hacia esos lugares que siempre desearon y antes eran, o les parecían, imposibles, como la montaña o la playa.
¿Qué impacto ha tenido esto en el estudio?
A los arquitectos estos cambios nos trajeron un montón de nuevas posibilidades, las que en Pacífica estamos aprovechando para bien. Tenemos muchas células y una es Pacífica Urbana, que se enfoca en otra cosa que está cambiando y de la que somos parte: la media densidad. Estamos trabajando hace ya tres años con el desarrollo de barrios privados, pero boutique. Hay un cambio de paradigma, hoy nos preguntamos por qué los barrios privados son todos iguales. Tras estudiarlo y ver cuáles eran las nuevas tendencias, estamos trabajando en barrios ecológicos sustentables, con mayor peatonalidad, con una luminaria con diseño, con espacios de cowork, con otros para música.
Estamos trabajando en varios de estos proyectos acá en Uruguay, en Asunción y en Argentina. A los efectos de diseño me encanta, pero también a los efectos de venta, el desarrollador siente el impacto de esta innovación. Estamos teniendo cada vez más consultas por Pacífica Urbana y, gracias a las cuales, luego terminamos haciendo también las casas del barrio.
¿Cuándo se empezaron a ver estos nuevos paradigmas?
Lo empecé a vivir en el 2020, con casas que venía dibujando desde 2019, que empezaron a agregar escritorios, a veces dos lugares de trabajo, gimnasios. Muchos proyectos se ampliaron, pasaron de 600 metros a 1000. Ahora los proyectos ya tienen eso incorporado. Los consumidores finales quieren diseño, quieren buen gusto; creo que este paradigma cambió hace aún más. La arquitectura de la ingeniería tiene que ser funcional, pero también muy linda, porque lo lindo te da felicidad. Si el ladrillo vale lo mismo, hagamos una casa linda. Hay que hacer cosas que sean amigables, hogares sustentables, en términos estructurales y funcionales. Todo se resume en que tenés que interpretar a tu cliente para que cuando llegue a su casa con el auto diga «qué lindo esto que me hice».
¿Sentís que es equivocado relacionar el lujo con lo caro?
Es un error ese concepto. Para mí, el lujo no tiene nada que ver con lo caro. El lujo va directamente hermanado con el confort y felicidad que le genera a uno la casa que se hizo. Hacer lujo para tirar plata no tiene sentido. Esto lo hablo mucho con los clientes. Cuando vas a Dubái ves muchas casas y decís: «Mirá este lujo hecho sin calidez, copiando y pegando». Yo trato de enseñarle al cliente y explicarle cómo gastando la mitad, o quizás la misma plata, podés tener algo mucho más cálido y más lindo que te va a generar más felicidad que lo otro.
Una veta artística que viene de familia
El interés y talento artístico de Ezequiel puede trazarse con facilidad a su familia, con una tía abuela que exponía su arte pictórico en Nueva York o un padre que, pese a ser ingeniero de profesión, tiene pasión por la música y las artes plásticas.
«Mi padre es muy artista; con mi viejo tocábamos el piano, pintabámos y hacíamos un montón de actividades artísticas que a mi me gustaban», recuerda. «Mi tía abuela también era pintora: hacía arte pictórico. Se hablaba mucho de sus cuadros e íbamos a sus muestras».
¿Cuándo nació la pasión por el dibujo?
Yo dibujo desde chico; pedía que me compraran acuarelas, acrílicos. Mi viejo me regalaba libros, yo los leía y pintaba a partir de ellos. Tengo un cuadro de cuando tenía 12 años, de una salida en bote en la que pinté la Isla Gorriti. Todo eso me fue llevando a que en el colegio fuese el que mejor dibujaba. Yo ayudaba a mis compañeros en Dibujo y ellos a mí en Matemática.
¿Consideraste seguir otro camino como artista o siempre supiste que sería la arquitectura?
Para mí nací arquitecto. Hice un test vocacional, cuando estaba terminando el colegio, y me salió, primero, dibujante de caricaturas y, segundo, arquitecto. Mi viejo me dijo: «Por las dudas estudiá Arquitectura y dibujá caricaturas».
Hoy la familia sigue siendo importante, además de fundar Pacífica con tu hermano, trabajas desde el inicio con tu esposa. ¿Cómo es ese trabajo en familia?
Antes de fundar Pacífica, ya estábamos haciendo proyectos de diseño de interiores con Vero [Jijena Sánchez]. Ella es la fundadora y líder de Pacifica Interior Design. Estamos casados hace 15 años y nos conocemos hace 20. Ella es interiorista y yo arquitecto; estamos hablando todo el día de diseño. Vero opina de todos los proyectos, me ayuda mucho. Tenemos un hijo que tiene 10 años y que está todo el tiempo escuchando de arquitectura y de diseño.
Otro elemento fundamental que viene de tu infancia es el surf. ¿Cómo es tu relación con la tabla?
Siempre surfeé, toda la vida. Es lo que hago, es mi terapia y mi momento de soledad. Es un deporte muy solitario, lo hago por todo el mundo, viajo con la tabla a todos lados. Si no hay mar, uso la de snowboard. Tengo clientes que no son surfistas y les enseño a surfear. Es un deporte que me sirve mucho para inspirarme. He dibujado casas surfeando, pensando en el agua. De fútbol, en cambio, mucho no entiendo, aunque ahora cada vez más porque mi hijo es fanático de Boca y de Peñarol.