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Flavia Da Rin Entre lo real y lo imaginado

Entre lo real y lo imaginado

Con imágenes que revelan tanto como ocultan, Flavia Da Rin lleva más de dos décadas explorando la construcción de la identidad desde el artificio y la ficción. Su obra, atravesada por tecnología, teatralidad y subjetividad, abre un territorio donde cada imagen se vuelve personaje y cada personaje una pregunta. Una invitación a entrar en el universo de una artista inclasificable.

Por Sofía Vanoli

Nacida en Buenos Aires en 1978 y formada inicialmente en pintura, su camino hacia la fotografía fue menos decisión estratégica y más intuición. «Nunca me gustó cómo pintaba, así que empecé a hacer fotos; pero después las fotos tampoco me resultaban suficientes y entonces comencé a intervenirlas en la computadora». Ese desplazamiento, casi accidental, terminó dándole una voz singular dentro del arte contemporáneo latinoamericano: imágenes intervenidas, saturadas, teatrales, que combinan tecnología, intimidad y ficción.

LA IMAGEN PROPIA COMO ESCENARIO

Aunque su figura aparece en la mayoría de sus trabajos, Da Rin evita llamar «autorretratos» a esas imágenes. Para ella, su rostro y su cuerpo funcionan como materia prima, no como espejo.

«Utilizo [mi imagen] del mismo modo en que una dibujante usa una hoja o un niño un pedazo de plastilina: mi cuerpo es un material», explica. Y esa distancia entre persona y personaje es central: «Siempre estoy ‘haciendo de algo o de alguien’; no es a mí misma a quien me interesa poner en escena».

Esa teatralización, combinada con una estética que mezcla artificio digital y referencias históricas, construyó una obra que dialoga con el presente sin perder espesor conceptual.

En 2019, el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires le dedicó la retrospectiva ¿Quién es esa chica?, una exposición que la obligó a mirar su obra desde otro lugar. «Fue muy movilizante, porque fue encontrarme con distintas épocas de mi trabajo: momentos en los que pensaba en el lugar de las mujeres artistas; en el rol del artista dentro de la sociedad; en la maternidad; en la relación entre la tecnología y la intimidad».

Esa revisión también confirmó cómo su obra siempre estuvo anclada a su tiempo. «Mi trabajo apareció en un momento en que Internet transformó la circulación de las imágenes y la manera en que nos representamos», reflexiona. Hoy ese territorio visual está marcado por otros signos: «La autorrepresentación, el consumo simbólico y la idea de rendimiento están mucho más presentes… pero me sigue interesando ese cruce entre lo psíquico, lo social y lo corporal, aunque ahora con otros signos: el agotamiento, la saturación y una subjetividad distinta».

Revisitar dos décadas de obra también le permitió detectar los desplazamientos internos que su propio lenguaje había tenido con el tiempo. Y entre todos esos movimientos, hubo uno que funcionó como punto de inflexión.

Ese gesto aparece en Terpsícore entreguerras, una serie donde se aparta del color y de la sobreedición para entrar en otra estética posible. «Pasé de una imagen con mucha edición digital, color y gran formato, a otra mucho más austera, pequeña, en blanco y negro», señaló. Y esa experiencia, lejos de desorientarla, le dio un permiso nuevo: «Me demostró que podía moverme hacia otro tipo de imagen sin perderme».

Esa libertad de desplazarse entre lenguajes y registros encontró un nuevo capítulo en su trabajo reciente, donde la artista incorpora herramientas de inteligencia artificial no como ruptura, sino como derivación natural de su propio archivo visual. No es un salto al vacío ni un gesto futurista: es una continuidad.

«Estas nuevas imágenes son, de algún modo, hijas de otras imágenes: continúan una genealogía de obras anteriores», explica. El proceso se apoya en modelos entrenados con su propia producción, en un diálogo donde su obra pasada se convierte en materia prima para la obra por venir.

Sin embargo, Da Rin es clara: la tecnología no es el tema, es el medio. «Uso herramientas de inteligencia artificial como parte del proceso, pero no como tema», aclara. «Más que un cambio de medio, siento una continuidad con lo que siempre hice: usar los recursos disponibles en cada momento para explorar la construcción de la imagen y de la subjetividad».

¿Y si quisiéramos conocer más sobre Flavia? «El misterio del niño muerto (2008) es una buena puerta para entrar en mi trabajo», recomienda. Y al decirlo, no solo señala una obra, sino una clave para recorrer su arte: dejarse llevar por imágenes que cambian de piel, que se contradicen, que se multiplican. Su obra no busca ser evidente, busca acompañar, incomodar, encender algo. Y quizá ahí esté su verdadera potencia: en recordarnos que la imagen —manipulada, intervenida, reinventada— sigue siendo el lugar donde todavía podemos sorprendernos.

FLAVIA DA RIN EN JOSÉ IGNACIO

Este verano, la obra de Flavia Da Rin llega a José Ignacio de la mano de Tomás Redrado Art, la galería que la representa desde 2024. «Con Flavia estamos cumpliendo un poco más de un año de representación», señala Redrado a The Experience, en referencia a este vínculo que ahora se materializa en una muestra específica: «La muestra del 6 de enero es una celebración de su libertad creativa».

La sede uruguaya de la galería, integrada al Hotel Kemay, funciona como espacio expositivo y residencia artística. Redrado lo resume así: «La galería y la residencia artística desembarcaron en Uruguay la temporada pasada; fue la consecuencia natural del desarrollo de mi galería en Sudamérica». Ese ecosistema combina paisaje, aislamiento y un programa que se piensa a largo plazo.

El proyecto en José Ignacio también se apoya en una visión clara del trabajo con artistas: «Representar implica una responsabilidad mutua de largo plazo, es como una pareja antes del matrimonio». En Flavia, agrega Redrado, encontraron una interlocutora afín: «La muestra marca un momento clave en su carrera y en nuestra relación profesional».

Además de exhibiciones, la galería impulsa residencias con foco en producción local y menor impacto ambiental: «El arte es uno de los mercados menos sustentables, necesitaba que una de nuestras sedes funcionara como refugio frente a esa problemática».

Entre Miami, Buenos Aires y José Ignacio, la galería se mueve en un circuito de ida y vuelta: «Llevamos José Ignacio al mundo y traemos el mundo a José Ignacio», resume Redrado, que entiende al balneario como un punto estratégico para pensar nuevas formas de encuentro entre artistas, obras y público.

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